La caída del régimen de los Assad en Siria marca no solo un hito en la política del Medio Oriente, sino también el ocaso de una dinastía que sobrevivió durante décadas como emblema de un socialismo autoritario profundamente marcado por la Guerra Fría. Este derrumbe, más allá de sus implicancias geopolíticas, reaviva el debate sobre las estructuras políticas basadas en liderazgos dinásticos en los regímenes socialistas del Tercer Mundo. ¿Qué destino les espera a otros sistemas similares, como los liderados por los Castro en Cuba o los Ortega en Nicaragua?
El fin de los Assad y el socialismo panárabe
La familia Assad, encabezada inicialmente por Hafez al-Assad, gobernó Siria desde 1971 con un régimen que combinaba un socialismo autoritario con un modelo dinástico. Hafez, un piloto militar formado en la Unión Soviética, consolidó un régimen basado en el Partido Socialista Baath, que en su momento también gobernó Irak bajo Saddam Hussein, y representaba una ideología conocida como socialismo panárabe. Esta doctrina buscaba unir a las naciones árabes bajo un sistema que mezclaba nacionalismo, secularismo y control militar, utilizando la fuerza como pilar para mantener el orden en una región históricamente inestable.
Bajo el liderazgo de Hafez, Siria fue gobernada con mano de hierro, neutralizando a la oposición y consolidando su poder a través de una red de lealtades familiares y militares. Sin embargo, su visión dinástica lo llevó a preparar a su hijo mayor, Basil, como su sucesor. La inesperada muerte de Basil en un accidente de tránsito obligó a Hafez a elegir a Bachar, su hijo menor, quien en ese momento vivía en Londres, alejado de la política, y dedicado a la oftalmología.
Bachar asumió el liderazgo tras la muerte de su padre en el año 2000, pero su gobierno careció de la astucia política que caracterizó a Hafez. Aunque evitó las masacres masivas que definieron las décadas anteriores, mantuvo una represión constante y sofocó cualquier oposición, apoyándose en un sistema carcelario desbordado y en el control férreo del aparato estatal. La «Masacre de Hama» de 1982, liderada por su tío Rifaat al-Assad, permaneció como un oscuro recordatorio del costo humano de este tipo de regímenes.
La caída de Bachar fue acelerada por los levantamientos de la Primavera Árabe y por las presiones internacionales. Aunque logró mantenerse en el poder con el apoyo militar de Rusia, que tenía intereses estratégicos en la región, este respaldo no fue suficiente para evitar el colapso. La caída del régimen, mirada desde una perspectiva histórica, era solo cuestión de tiempo: los Assad se habían convertido en una reliquia de la Guerra Fría.
Un modelo dinástico en decadencia
La desaparición de los Assad nos lleva a reflexionar sobre el futuro de otros regímenes que también adoptaron estructuras dinásticas bajo el paraguas de ideologías socialistas. En el caso de los Castro en Cuba, el régimen sobrevivió a la caída de la Unión Soviética, pero enfrenta un creciente descontento social y una crisis económica profunda. La transición de poder de Fidel Castro a su hermano Raúl, y posteriormente a Miguel Díaz-Canel, refleja un intento por mantener la continuidad del sistema, pero la falta de legitimidad y los reclamos populares sugieren que el modelo está en una fase terminal.
En Nicaragua, el régimen de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo ha consolidado un gobierno autoritario que también muestra signos de desgaste. Ortega, quien fue una figura clave de la Revolución Sandinista en los años 80, ha convertido a su gobierno en un sistema familiar, reprimiendo brutalmente a la oposición y concentrando el poder en su círculo más cercano. Sin embargo, el aislamiento internacional y las crecientes tensiones internas podrían marcar el inicio del fin para este régimen.
Una excepción del Tercer Mundo
A diferencia de los regímenes pro-soviéticos de Europa del Este, que nunca adoptaron sucesiones dinásticas, las dinastías socialistas del Tercer Mundo se construyeron sobre la base de liderazgos familiares. Esto responde en parte a las realidades políticas y culturales de estas regiones, donde los líderes fuertes son vistos como esenciales para mantener el control en contextos de alta fragmentación social y política. Sin embargo, este modelo parece cada vez más insostenible.
La caída de los Assad refuerza la idea de que los regímenes basados en liderazgos familiares son vulnerables a las tensiones internas y externas. A medida que los ciudadanos de estas naciones exigen mayor representación y derechos, las estructuras dinásticas se enfrentan a un desafío existencial.
¿El fin de los socialismos familiares?
El destino de los Castro y los Ortega aún está por definirse, pero la historia reciente sugiere que sus regímenes podrían seguir el camino de los Assad. La combinación de descontento social, presiones económicas y aislamiento internacional crea un entorno hostil para estos gobiernos.
En última instancia, el colapso de estas dinastías políticas no solo refleja el fin de un modelo de gobierno, sino también el fracaso de una visión que prometía justicia social, pero que en la práctica se convirtió en un sistema de control autoritario. La pregunta que queda es si estas naciones podrán superar este legado y construir sistemas más representativos y equitativos para el futuro.
Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/socialismos-familiares/