Cuando un conflicto territorial arrastra más de un siglo de controversias, no sorprende que resurja en los momentos menos esperados. Sin embargo, lo que sí resulta inquietante es que, con el correr del tiempo, sus dimensiones adquieran un matiz cada vez más volátil. Tal es el caso del Esequibo, una vasta zona en disputa entre Venezuela y Guyana, que ha vuelto a los titulares globales luego de que Nicolás Maduro anunciara la celebración de elecciones regionales para designar una autoridad en ese territorio.
La maniobra no sólo carece de sustento efectivo en el terreno —donde Venezuela no tiene dominio real—, sino que representa una oscilación entre lo simbólicamente provocador y lo estratégicamente incierto. Tal como lo señala el académico e investigador CISO, Iván Witker, esta controversia podría leerse como una expresión contemporánea del concepto de “rinoceronte gris”, definido por el Foro de Davos como aquellos peligros previsibles y con altas probabilidades de ocurrencia, pero que los tomadores de decisiones prefieren ignorar.
¿Está América Latina subestimando la posibilidad de un conflicto interestatal en pleno siglo XXI? Tal como ocurrió con la Guerra del Fútbol entre Honduras y El Salvador en 1969, o los enfrentamientos entre Perú y Ecuador en la década del noventa, muchas veces los estallidos bélicos no responden a cálculos racionales, sino a pulsiones políticas, emocionalidades nacionalistas o desequilibrios internos que terminan desbordándose hacia lo internacional.
La situación del Esequibo es compleja por múltiples factores. Primero, por la carga simbólica de una disputa histórica no resuelta, alimentada por narrativas nacionalistas y promesas incumplidas. Segundo, por los intereses económicos involucrados: en la última década, empresas como ExxonMobil han descubierto en la zona reservas petroleras de proporciones extraordinarias, disparando el crecimiento del PIB guyanés a niveles inéditos. Hoy, el país se proyecta como un futuro “Qatar del Caribe”.
En este contexto, Venezuela no sólo enfrenta una asimetría militar evidente —enfrentando el apoyo implícito de potencias como EE.UU. y Reino Unido a Guyana—, sino también una debilitada situación interna. Con su empresa petrolera estatal (PdVSA) prácticamente quebrada y con la Chevron como único gran actor extranjero aún presente, el régimen de Maduro podría ver en esta disputa una oportunidad para reactivar respaldo interno apelando al nacionalismo territorial. Pero el riesgo es alto, tanto por el costo militar que implicaría una incursión en el selvático e inaccesible territorio del Esequibo, como por las consecuencias diplomáticas de un posible escalamiento regional.
Además, como advierte Witker, la dimensión ideológica se ha reconfigurado. Si durante la Guerra Fría Venezuela contaba con el respaldo tácito de EE.UU. para contener los coqueteos socialistas de Guyana, hoy el mapa geopolítico es otro: Washington apoya a Georgetown, mientras que Caracas ha reforzado vínculos con Cuba e Irán. Este giro refleja cómo las variables estratégicas y los intereses energéticos han reemplazado a las viejas afinidades ideológicas.
Un elemento no menor es el silencio de la región. A diferencia de otras épocas, cuando conflictos como el del Cenepa motivaban la intervención de actores garantes o mediadores regionales, hoy la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), UNASUR u OEA han mostrado una pasividad preocupante. América Latina parece más enfocada en sus turbulencias domésticas que en contener potenciales conflictos interestatales.
En última instancia, lo que Iván Witker propone es un llamado a no minimizar los signos de alerta. Las disputas territoriales no son una reliquia del pasado. Siguen vivas en múltiples rincones del mundo y, en un entorno donde la gobernabilidad se debilita y el nacionalismo se utiliza como ancla de poder, la posibilidad de una escalada no puede ser descartada.
Más allá de lo grotesco que pueda parecer el anuncio de Maduro sobre las elecciones en el Esequibo —y su ya célebre inclinación a dialogar con pajaritos—, lo cierto es que el escenario contiene todos los elementos de una bomba de tiempo geopolítica. De ahí la pregunta clave que plantea Witker: ¿Estamos frente a un nuevo “rinoceronte gris” al que la región prefiere no mirar?
Tal vez, la mejor forma de evitarlo sea, precisamente, comenzar a observar con más atención.
Fuente: https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/esequibo-rinoceronte-gris-o-excepcion-geopolitica-aislada/