Ivan Witker B.

Analista internacional e investigador asociado CISO

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El colapso peronista, “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”
Milei, siendo efectivamente un outsider completo, fue capaz de crear, junto a Victoria Villarruel, un partido político marcado por sucesivos éxitos electorales.
diciembre 25, 2023

La victoria de Milei en Argentina ha sido examinada casi exclusivamente desde el punto de vista del estruendo ideológico provocado. Es a partir de ello que las dudas sobrevuelan sólo cuestiones relacionadas con la velocidad de las reformas, la viabilidad de su proyecto, el impacto en el extranjero y otras por el estilo. Curiosamente, se deja de lado un asunto tanto o más relevante. Las características de su vehículo electoral, el partido La Libertad Avanza.

Claro. Siempre es más fácil aventurar juicios precipitados ad hominem. Por eso, aunque sea sólo cosa de tiempo, por ahora no hay muchos voluntarios, a nivel de intelectuales y de periodistas, para escarbar en las razones del fracaso peronista y del ascenso de la Libertad Avanza.

En esta línea de razonamiento, Milei, siendo efectivamente un outsider completo, fue capaz de crear, junto a Victoria Villarruel, un partido político marcado por sucesivos éxitos electorales. Lo hizo a partir de acuerdos puntuales con grupos políticos menores, existentes desde hace algunos años en Buenos Aires, y que confluyeron en torno a su persona en julio de 2021.

Desde luego, que es difícil adivinar el objetivo final que se plantearon en ese entonces Milei y Villarruel, pero la evidencia apunta a tres logros significativos. Llegar al Congreso, instalar un discurso genuinamente contrario al establishment peronista y enraizar en la cultura política del país una alternativa de cambio del todo disruptiva.

Teniendo en claro estos tres asuntos, cabe preguntarse acerca de ese hilo invisible articulado por el partido la Libertad Avanza y que -la evidencia así lo indica- le permitió un ascenso meteórico. ¿Cómo fue posible que un partido recién formado y sobre cuya viabilidad existían muchas dudas, haya sido capaz de derrotar, y de manera tan contundente, a otro, tan profundamente arraigado, como es el peronista?

Esta pregunta no podría ser contestada sin una brevísima disquisición sobre las singularidades del peronismo. Uno: se le percibía urbi et orbi (es decir, no sólo en Argentina), como electoralmente invencible. Dos: incuestionable capacidad para actuar con plasticidad y adaptabilidad extremas. Tres: su innegable enquistamiento en cada intersticio de la sociedad argentina.

No hay antecedentes, ni en la historia política argentina ni mundial, de otro partido capaz de fusionarse de manera tan incestuosa con sindicatos y organizaciones sociales de todo tipo. Hasta su derrota del 17 de diciembre, parecía un conglomerado incombustible. Dotado de una capacidad monumental para operar en toda clase de terrenos, democrático o dictatorial, y acomodarse de manera exitosa a cuanta circunstancia surgiera. Las contorsiones peronistas (con una buena dosis de desparpajo y desfachatez), causaban asombro. Eran miradas con embelesamiento extático por muchos partidos. Aún más, provocaba profunda admiración, y claras envidias, en los partidos populistas, principalmente de América Latina.

El instinto de sobrevivencia y la fascinación por el poder del peronismo ocuparon un lugar destacado en la literatura especializada. Litros de tinta, infinitos debates y horas de cavilaciones, sesudos papers y libros fueron consumidos a la hora de reflexionar sobre el fenómeno. Se ensayaron múltiples explicaciones. Sin embargo, casi ninguna se planteó la hipótesis de su crepúsculo. Menos aún de su colapso.

Sabido es que todo tiene su colofón y el peronismo terminó sucumbiendo. Por cierto, catervas aisladas podrían rearmarse brevemente en el futuro, e incluso triunfar de forma momentánea, pero nunca más el movimiento será lo que fue. Inició su viaje final escuchando el popular tango de Carlos Gardel, Cuesta abajo, con “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.

La afirmación podría parecer demasiado categórica, pero no les es. Era cosa de tiempo. Su declive final es similar al de todos los partidos masivos latinoamericanos, especialmente aquellos con amplios espacios corroídos por populismo y el caudillismo. Y aunque ningún otro partido tuvo una vida tan plástica, toda la región estuvo inundada de partidos semejantes. Parecían consustanciales a democracias débiles y sociedades sin reglas claras ni autoridades respetables, donde la carrera política -individual y colectiva- se ve sólo en términos de ir superando obstáculos.

Conservadores y liberales de Colombia, el APRA peruano, AD y COPEI venezolanos, el PRI mexicano, son algunos de estos casos. Sin embargo, hay diferencias importantes.

Mientras todos esos partidos se mantuvieron más o menos fieles, tanto en las formas como en materias discursivas a su origen y naturaleza, los peronistas fueron camaleónicos a extremos tales que no pocos grupos internos exteriorizaban vergüenza. Lopezreguistas, justicialistas, kirchneristas, etc. Para reciclarse, llegaron incluso a cambiar de nombre según las necesidades. Pero, a diferencia de los otros partidos masivos de la región, el santo grial de las adaptaciones peronistas se cobijó al alero de relevos generacionales.

Eso explica que una buena cantidad de los últimos líderes que abrazaron el kirchnerismo (la versión última del peronismo) eran hijos y nietos de antiguos dirigentes. Ellos articulaban vastas redes hereditarias en su interior. Por eso, muchos apellidos conspicuos se repetían una y otra vez en el tiempo. Taiana, Vaca Narvaja, Cafiero, de Wado, Cabandié, Saa y una larga lista, que incluye a los propios Kirchner, quienes llegaron a flirtear con la idea de generar un linaje peronista propio, formado por Néstor y Cristina, más su progenie inmediata, Máximo y Florencia, así como algunos familiares cercanos, Alicia Kirchner (hermana de Néstor) y Rocío García (exesposa de Máximo).

En todo caso, hay una razón aún más poderosa. Junto al desgaste propio de esos ejercicios de reciclaje eterno, los peronistas convirtieron a la política, tal cual subraya Agustín Laje, en un corrosivo juego schmittiano. Hicieron amigos a ciertos pedazos de carne y enemigos a otros pedazos de carne. Todo, según las necesidades de cada momento.

Por eso, arribaron a una estación terminal en medio de una atmósfera interna despedazada. Sin animus societatis. Fue algo semejante a la vivida por el PRI mexicano, cuando asesinaron al candidato presidencial, Luis Donaldo Colosio y, poco después, al secretario general del partido, José Francisco Ruiz Massieu. En esos ambientes lúgubres los ejercicios retóricos dejan de surtir efecto. Las redes clientelares empiezan a oler peligro.

Fue justo en esos momentos crepusculares cuando hizo su entrada el partido de Milei. Ingresó a la arena con una retórica nueva. Muy bien recibida por los jóvenes. Estos se transformaron en su gran audiencia. Su propuesta fue una mezcla de temas urgentes y emergentes. Y aunque algo desconocida y aventurera, prometía superar aquel juego schmittiano de los peronistas. Vendría a instalar nuevas reglas para un despliegue económico y societal del país. La conexión con ellos fue la clave del éxito.

En lo personal, Milei siguió una línea similar a la de otros outsiders triunfadores. Algunos crearon partido propio. Otros se escindieron de un partido grande. Los éxitos sucesivos de todos ellos sugieren cambios definitivos en la naturaleza de los partidos políticos.

Los partidos masivos responden cada vez menos a esa característica líquida de las sociedades modernas, como se suele decir. Aquellos longevos, portadores de grandes experiencias históricas, dispuestos a pasar larguísimas temporadas en el poder y con retóricas abstractas sobre ilusiones edénicas, han entrado de edad de jubilación. Se confirma que lo vetusto siempre es incapaz de generar estímulos innovadores. Justo lo que demandan los electores nuevos.

Los partidos exitosos están tomando el camino de mostrar productos de consumo atractivos para públicos específicos y de mostrarse diestros en la vida digital desfactizada, por usar un término de Byung Chul-han. Es la ruta explorada por Milei.

El éxito final de la Libertad Avanza está aún por verse. Sin embargo, es claro que se insertó en la línea por donde soplan los vientos actuales. El futuro del peronismo está también por verse, pero debería estar signado por la disgregación.

Columna publicada en El Libero el 25 de diciembre de 2023.

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