Un reciente estudio de la London School of Economics (LSE) pudo establecer una correlación entre la disminución de la desigualdad en salud de los países y la cantidad de tiempo en la que estas naciones se encuentran expuestas a un sistema democrático liberal.
Así lo asegura el estudio Does exposure to democracy decrease health inequality?, publicado por los economistas y expertos en Ciencias Sociales de la LSE, Joan Costa-Font y Niklas Knust.
A partir de datos de la European Social Survey (ESS) sobre salud en 28 países europeos entre 2002 y 2018, estos investigadores diseñaron un ranking que permite evaluar la desigualdad y pobreza en materias de salud de estos países.La investigación utilizó datos del Banco Mundial sobre los regímenes políticos de estos países, de manera que cruzando estos datos se pudo examinar “el efecto de la exposición a la democracia (número de años bajo una democracia) sobre la desigualdad en salud”.
Los resultados de la investigación indican que por cada año que estos países estaban expuestos a un sistema político democrático, la desigualdad en salud disminuyó dos puntos en el ranking de desigualdad en salud.
Dicho ranking utilizó elementos como los ingresos de las personas que requieren servicios de salud, además de la autoevaluación que las personas de estos países hacen respecto de su propia salud (Self Assessed Health, SAH).
Además, la investigación consideró tres elementos bien definidos para establecer si un régimen es democrático o no: 1) la existencia de instituciones y procedimientos a través de los cuales los ciudadanos pueden expresar sus preferencias sobre políticas públicas y liderazgos; 2) la necesidad de que el poder ejecutivo se encuentre limitado por un parlamento; y 3) las libertades civiles deben estar garantizadas para todos los ciudadanos.
El estudio de los académicos de la LSE concluyó también que no solo la desigualdad en salud disminuyó con regímenes democráticos, sino que también la pobreza en materia de salud.
Al respecto los investigadores concluyeron que “las democracias benefician más a quienes tienen peor salud, a quienes no siempre se les da prioridad en los sistemas autocráticos”, lo cual incluye mayores recursos en cuestiones clave como inversión en cuidados críticos y cuidados al final de la vida.
“Es más probable que las democracias prioricen objetivos de salud pública y diseñen programas dirigidos a personas que presentan las mayores necesidades de salud”, concluyen los autores, según los cuales las democracias suelen implementar programas que incluyen “promover el acceso universal a la atención sanitaria, junto con objetivos de salud pública”.
De igual forma, los autores previenen que sus estimaciones se refieren a países europeos “que no se ven afectados por otros shocks institucionales de confusión significativos en el periodo de análisis”.
Según los autores, los sistemas democráticos aseguran mejores y más paritarias condiciones de salud para sus ciudadanos pese a la denominada ‘Trampa de la Desigualdad en Salud’, la cual es definida como aquella situación en la que las decisiones democráticas no necesariamente abordan adecuadamente las necesidades en salud de las minorías, sino esta tarea la terminan realizando los grupos con más poder dentro de la sociedad.
Esto se puede deber a democracias capturadas por la corrupción, o incluso a que ‘el votante promedio’ podría no estar interesado en que las políticas públicas en salud aborden las necesidades de los sectores más desfavorecidos, teniendo como efecto una mayor disparidad en salud.
De esta forma, los resultados de esta investigación entregan datos fehacientes que correlacionan la idoneidad de las instituciones democráticas para conseguir una condición sanitaria con menos disparidades para los ciudadanos de los países en estudio.